Segundo capítulo del libro Sueños de Guerra y primero dedicado al personaje Kerlner. Para más información del libro, mira aquí
Continuación de Prólogo
Odiaba el bosque cerrado.
Le mareaba. Los árboles, todos iguales, se juntaban a su alrededor, aplastándolo, impidiéndole respirar aire fresco. Y no le dejaba ver nada, nada más que el siguiente árbol, nada más que lo que el bosque quería que viera: cientos de verdes hojas y ramas finas que crujían cada vez que el hacha las golpeaba...
Por fin, el bosque fue desapareciendo, poco a poco, tanto que dejó clara la senda que lo guiaba a la aldea, una senda pedregosa y cubierta de barro y hojas que terminaba en el sencillo muro que rodeaba Refugio Invernal.
Cuando se acercó, los dos guardias que vigilaban la única entrada a la aldea lo miraron con desconfianza, a diferencia de ellos, con sus cotas de malla resplandecientes y sus petos y corazas de acero; él vestía una cota de anillas simple, delgada y ligera, cubierta con un blanco aunque grisáceo jubón de piel y calzas de lana, y a la espalda colgaba su enorme hacha de doble filo. Después de observarlo durante unos instantes, uno de los hombres gritó algo y se abrieron las puertas de madera.
Siguió su camino por lo que era la pequeña aldea de Refugio Invernal, hasta llegar a una posada de un par de pisos cubierta de nieve. No necesitaba descansar, pero se moría por beber una cerveza. Despejó la puerta de nieve y entró.
Dentro había un ambiente bastante cálido, a la luz de la chimenea y algunas velas que reposaban en las paredes, los aldeanos hablaban y escuchaban con entusiasmo a un bardo de pelo castaño largo que tocaba laúd junto a la pared.
Se acercó a la barra, puso un par de monedas de plata delante del posadero, pidió una cerveza y se sentó en una mesa cercana a la chimenea. Apenas oyó cuando se acabó la canción que tocaba el bardo, pero los aplausos de los aldeanos lo devolvieron a la realidad. Vio como el bardo guardaba el laúd en una bolsa de cuero, pedía una cerveza y caminaba directamente hacia él. Las pocas mesas que quedaban estaban vacías así que supuso que querría sentarse.
– ¿Puedo? – le preguntó cuando llegó a su lado.
– Claro.
El bardo se sentó.
– He visto que no escuchabas mi canción, ¿es que no te gusta?
– No es eso. He viajado un largo camino desde el noroeste hoy, no me he parado aquí a oír canciones, bardo. Sólo a beber una cerveza, sólo a eso.
– Ah – dijo –. Así que eres un viajero. Pues creía que los viajeros visitaban esta aldea para escuchar...
– No soy viajero – lo interrumpió él –. Sólo hago trabajos, aquí y allá. Por eso viajo.
– ¿A dónde?, si puedo saberlo, claro.
– Al este. Más allá de las montañas. Allí hay muchos trabajos esperando a que alguien se encargue de ellos.
– ¡Qué casualidad! – exclamó entusiasmado –Yo también me dirijo allí. Estoy falto de dinero, y aunque gustan mis canciones, no suelen venir muchos por estas zonas; y los que vienen casi no tienen dinero con el que pagar – explicó –. Así que ¡por los viajeros! – y levantó la jarra de cerveza para brindar – Por cierto, me llamo Selon Jalter.
– Kerlner – dijo y brindó de mala gana.
Caminaron durante días, tal vez semanas, Kerlner no lo sabía, y no le importaba no saberlo, disfrutaba con el viaje. No le había terminado de caer bien el bardo, pero solía cantar mientras caminaban cruzando los incontables bosques que rodeaban el camino de comercio que llevaba al este, y eso le hacía menos pesado el tener que seguir el lento ritmo con el que caminaba Selon.
Después de atravesar las montañas por el Paso del Río Azul, siguieron el Camino de las Agujas. Otro nuevo bosque los acompañaba mientras llegaban a la pequeña Villa de las Agujas.
Dos hombres armados les dieron la bienvenida cuando llegaron. La ciudad era más amplia de lo que se solía decir de ella: tras la muralla los edificios aparecían majestuosos y las calles, rectas limpias, se cruzaban unas con otras y hasta llegar todas al mismo lugar, el templo de la Villa de las Agujas, en el extremo oriental de la ciudad.
Pararon ese día a descansar y a recuperarse en una posada que había al lado de la Puerta del Bosque. Durante su estancia allí se pudieron enterar de que en la villa, había muchos trabajos para gente que se atreviera a hacerlos: lobos que estropeaban las cosechas, bandas de bandidos que robaban durante los días de mercado, e incluso algunos incendios, asesinatos y demás crímenes en los barrios del sur, pero los ciudadanos no podían pagar mucho dinero por recompensa, así que por el único por el que se interesaron fue por el del sacerdote del templo desaparecido, logaron pagar los gastos de la posada gracias a las monedas que le dieron a Selon por sus canciones.
Cuando llegaron al templo, un joven novicio, los recibió cordialmente, les habló de la situación en la que se encontraba el templo sin su único sacerdote, y les comunicó que tan sólo les podría pagar dos monedas y media de oro a cada uno.
– Entonces no hay trato. Es muy poco dinero por encontrarlo vivo.
– Se lo juro, buen hombre – gimoteó el asustado novicio –, el templo no da dinero estos últimos días y estos tiempos son muy difíciles y no nos quedan ya casi reservas y…
– No necesito que me cuentes tu vida – le cortó Kerlner –. Sólo necesito dinero.
– Bastará con cinco monedas de oro para mi amigo y otras cinco para mí – dijo Selon, el guerrero lo miró, enfadado, pero el bardo ignoró su mirada.
– Esta bien – cedió pesadamente el novicio, aunque todavía intimidado por Kerlner – Pero traedlo vivo, para eso os pagamos esa fortuna.
– No me digas como hacer mi trabajo – le respondió fríamente el guerrero antes de marcharse – ¿Cinco monedas para cada uno? – le preguntó al bardo fuera, mientras volvían a la posada – Creo que habría podido dar mucho más de lo que decía.
– Cinco monedas cero que están bien.
– Para ti, porque piensas que tan solo se ha perdido, pero lo que el novicio no ha contado es que hay muchos bandidos que esperan cobrar cualquier rescate por cualquier persona y más todavía por el único sacerdote de la villa.
– Bueno si pasa eso, recibiremos el dinero, ¿no?, además aunque lo traigamos muerto nos pagará igual.
– Y, ¿cómo estas tan seguro de que será así?
– Primero porque es un novicio, y segundo, lo acabaríamos de ascender a sacerdote.
Prepararon sus armas y provisiones para la búsqueda del sacerdote en la posada y antes de acabar el día partieron en dirección al Bosque de las Agujas.
Durante otros dos días y medio no obtuvieron resultado alguno, pero en la noche del tercero, cuando ya se disponían a acostarse junto a unos matorrales, en un claro, oyeron unas voces de dos hombres que se acercaban. Según lo que decían, habían visto sus huellas y las habían seguido. Cuando los dos hombres, con cimitarras en la mano, aparecieron en el claro, Selon ya había desenvainado su espada corta y Kerlner agarraba con ambas manos su imponente hacha de doble filo.
Unos segundos más tarde, otros dos hombres armados también con cimitarras aparecieron detrás de ellos, pero Karnak ya había cargado contra los dos delante. Esquivó con facilidad una primera estocada que le enviaba uno y con un arco horizontal destripó al primero después de parar un tajo del otro. Lo decapitó con un revés y miró al bardo, que, detrás de él, peleaba hábilmente contra los otros dos bandidos. A uno lo atravesó con la espada al mismo tiempo que desviaba con facilidad un tajo a su cara y rajó el pecho del segundo.
– Peleas bien, bardo – dijo mientras se le dibujaba una pequeña sonrisa en el rostro –. Venga, sigamos buscando. No pueden estar muy lejos.
Tenía razón, no estaban lejos. No tardaron en dar con una pequeña caverna debajo de una colina. Un bandido vigilaba la entrada a la caverna con la cimitarra en la mano. Kerlner y Selon se escondieron en unos arbustos e hicieron algunos ruidos para que se acercara. Cuando lo hizo, el hacha del guerrero, partió casi por completo el cuerpo del bandido.
Salieron de los arbustos y, rápidamente, entraron en la caverna. Junto a una pared dormía un segundo hombre al que Selon cortó silenciosamente el cuello con la espada. En la siguiente sala esperaban otros dos hombres armados y uno más al final, con una cimitarra rodeando el cuello del sacerdote, y con la otra señalándolos a ellos.
– ¡Quietos! – gritó el último – Si lo que queréis es rescatar a vustro amigo, pagad el rescate que pedimos: quinientas monedas de oro. Pero si os acercáis aquí habrá un baño de sangre y no sólo la del sacerdote.
Soltó una carcajada.
– No vuestra sangre también bañara esta caverna.
La sonrisa se borró.
Las cabezas de los dos primeros estaban en el suelo, junto a sus cuerpos decapitados.
– Vosotros lo habéis querido.
El cuerpo del sacerdote cayó al suelo, con el cuello abierto.
El bandido gritó y se lanzó contra ellos agitando las dos cimitarras. Pero Selon ya había reaccionado y había lanzado su espada contra él. Le atravesó el vientre.
De vuelta en la Villa de las Agujas. El novicio y, ahora nuevo sacerdote, estaba indignado y se negaba a pagarles por su trabajo.
Un puñetazo de Kerlner lo solucionó todo. El sacerdote estaba inconsciente y Kerlner se había llevado cinco monedas de oro que había encontrado encima de una mesa.
– Tenías razón. Nos ha pagado.
Continúa en Sadion(Capítulo 1)
SUEÑOS DE GUERRA
Prólogo - Kerlner (1) - Sadion (1)
No hay comentarios:
Publicar un comentario